martes, 17 de noviembre de 2009

La perfección y la felicidad: eso que pasa mientras haces planes

No sabría explicar cómo se fue la angustia, simplemente pasó, aunque aún me toma a ratos, ya me deja respirar la mayor parte del tiempo. A veces pienso que es como el humo: si la dejas acumularse te ahoga, pero si abres una pequeña rendija va escapando poco a poco.

Las cosas no están de maravilla: es incierto que me contraten el próximo semestre en la escuela donde doy clases; con los cambios en los impuestos y la crisis económica hacerla de freelance implica cada vez menos dinero, más burocracia y menos oportunidades (dos revistas donde publicaba cerraron este año).

Pero hay luces que se anuncian. Un amigo me ofrece un trabajo que puede ser interesante, a quince minutos de mi casa y en algo relacionado con lo que adoro: los libros. El negocio que tengo con mi novio promete mejorar, quizá me deje para algo más que gastos extra.

Foto: Jimena Almarza

Con todo, hay días que me ponen una sonrisa en el rostro. Una sonrisa pequeña, que apenas curva los labios, pero que ilumina por dentro comu una velita. Fue mi cumpleaños, y temía que esta pequeña crisis de angustia-depresión echara todo a perder. Pero al mismo tiempo no tenía muchas expectativas. Y justo eso, no esperar nada, hizo que todo fuera perfecto: mi novio cantándome a las seis de la mañana cuando abrimos los ojos abrazados, mi tía llamando desde India con una estática terrible en la línea, un desayuno enormísimo, caminar una hora sola resolviendo pendientes, comida griega con la familia, una clase apacible sobre semiótica, con los ojos de varios alumnos fijos sobre mí, las llamadas, los mensajes, los correos: no podría pedir más. No sé si ha sido mi mejor cumpleaños. Seguro en otros me sentido más frenéticamente alegre, más exitosa, más exaltada. Pero este día lo tuvo todo porque no esperaba nada.

Como mucha gente con anorexia, he pasado mucho tiempo de mi vida obsesionada con la perfección: más que con el cuerpo perfecto, con ser la amiga, la novia, la hermana, la hija perfecta. Con lograr el ensayo, la línea, la clase, el catálogo perfectos. Con hacer momentos perfectos.



No sólo la gente con trastornos alimenticios pasa mucho tiempo esperando cosas que nunca llegarán: los cincuenta kilos, la talla 34, el IMC 17, la cintura de 60. Y digo que nunca llegarán porque cuando finalmente ocurren pasamos de largo por ellos: no eran lo que esperábamos. Y así la vida se nos consume en una espera angustiosa sin fin. No existen el cuerpo, la mujer, la relación o el trabajo perfectos.

O quizá sí, pero sólo podemos verlos si aceptamos las cosas como vienen, si le sacamos jugo al presente como si fuera todo lo que tuviéramos (que lo es). Y al final la perfección es una cosa más natural, más simple que todas nuestras esperas. Algo que pasa mientras estás ocupado haciendo otra cosa. Algo que podemos sentir, aunque sea por instantes.

(Nel.la: tengo un pendiente contigo. Lo saldo a la brevedad, yo te envío antes el escrito, gracias por las fotos)

LinkWithin

Related Posts with Thumbnails